miércoles, 29 de diciembre de 2010

Interesante reflexión sobre el bien y el mal

desde La sangre del Leon verde

Cuatro definiciones del bien y del mal

Aunque en nuestra vida cotidiana usemos las palabras bien y mal, bueno y malo, etc. con ligereza, en la reflexión filosófica occidental determinar el referente al que señala estas palabras ha sido objeto de eternas consideraciones. Un niño es bueno, cuando es sumiso, tranquilo y pasivo; es malo, por contra, cuando alborota; un joven está bueno cuando es sexualmente atrayente; un libro mal escrito es aquel que no dice nada o es aburrido; en el estado español usamos el giro de “tener una cosa mala” para referirnos a padecer un cáncer.
Bien o bueno, en nuestro lenguaje vulgar, hace referencia a cosas gratas o aceptadas como correctas; la palabra mal se refiere a lo que es indeseable. Sin embargo, desde muy pronto detectamos la ambigüedad de estos conceptos: lo que hoy parece malo, puede resultarme bueno mañana; bien y mal no tienen una estabilidad temporal en nosotros sino que parecen conceptos que se construyen biográficamente. Por si fuera poco, la película que me parece mala, a otra persona le parecerá buena; la acción que evalúo como buena, algún otro puede definirla como perversa. En conclusión, lo bueno y lo malo es variable y, ocasionalmente, llegan a ser conceptos intercambiables.
No uso la expresión “bien y mal son subjetivos” porque me parece una perogrullada que hoy por hoy saben hasta los niños. Bien y mal como conceptos lingüísticos solo surgen en la interacción del sujeto con lo real, y en tanto que fruto de esa interacción, bien y mal son conceptos del sujeto, es decir, subjetivos. Más que subrayar el valor subjetivo del bien y del mal me gustaría detenerme en la ambigüedad de tales conceptos; ambigüedad que proviene tanto de su variabilidad e intercambiabilidad, como de los múltiples contextos en donde estos vocablos son aplicables.
Por ejemplo, las frases “el niño ya está bueno”, “este pastel está bueno”, “es un buen libro”, “dar limosnas es bueno” o “hace buen tiempo”, usan la palabra “bueno” con distintos referentes, por lo tanto son palabras iguales que hacen referencia a una realidad significativamente diferente. En la primera frase bueno sería sinónimo de sano, en la segunda de delicioso, en la tercera de interesante, en la cuarta de correcto y en la quinta significaría “soleado”
Constatando esto, vamos analizar los contextos de usos más habituales de las palabras bueno y malo. Estos contextos de uso que analizaremos se yuxtaponen y se enfrentan en ocasiones. No es mi intención definir qué sea el bien y el mal sino aclarar los usos más frecuentes de esos conceptos. Conocer y asumir que los referentes reales de las palabras bien-mal son múltiples, y suelen estar en conflicto entre sí, nos permitirá comprender los continuos choques sociales fruto de referentes distintos para lo bueno y lo malo, pero también lo complejo que es determinar en lo personal, cuando actuamos bien o mal.
He encontrado que existen cuatro campos de referencia a los que aludimos cuando usamos los vocablos bueno-malo. Probablemente existirán otros marcos de referencia, o, incluso, alguno de los cuatro puedan ser absorbidos por alguno de los tres restantes. En todo caso, es evidente que el esquema que propongo está abierto a cualquier reelavoración.
Los cuatro contextos de uso en los que usamos las expresiones bien-mal son: el bien y el mal como lo agradable y lo desagradable; el bien y el mal como lo beneficioso y lo perjudicial; el bien y el mal como lo permitido y lo prohibido; y el bien y el mal como lo puro y lo sucio.
La ordenación de estos contextos de referencia no se hace siguiendo ningún orden genético ni de prioridad “ontológica”. Se subrayará en cada sección el sustrato de intersubjetividad-objetividad que podría contener y la relación con los otros contextos de referencia.

El bien y el mal como lo agradable y lo desagradable:
Este marco de referencia quizás sea uno de los más primarios. Lo agradable aparece en la mente del niño casi a la par que su propia consciencia. Incluso los animales con sistema nervioso menos complejo tienden instintivamente hacia lo grato (comida, cobijo, satisfacción de los impulsos sexuales...) y evitan lo desagradable; de otro modo la misma supervivencia sería inviable.
No es necesario decir que en la evolución del individuo este uso de las palabras bueno-mal es el primero. El para el bebe el “niño malo” es aquel que nos daña y nos desagrada. El infante llama “malo” al padre que le riñe, a la piedra que le hace caer o a quien se interpone a la realización de sus deseos. El marco presente tiene un referente biológico profundo, mientras que la etiquetación de este referente biológico y psicológico con los nombre bueno-malo es fruto de un proceso cultura. No obstante es esperable que siendo la estructura biológica de todos los hombres similar, lo bueno-agradable y lo malo-desagradable sean coincidentes entre la mayoría de las personas.
No hablo aquí de lo bueno-útil, que presupone un mayor desarrollo social y personal del individuo. Lo bueno-útil varía enormemente de una cultura a otra, pero lo bueno-agradable no tanto: la comida, la bebida, el placer, etc. son cosas universalmente gratas y calificadas como buenas.
Es fácil distinguir lo bueno-agradable de lo bueno-útil porque en numerosas ocasiones entran en conflictos. Para un sujeto puede ser bueno-agradable consumir recursos alimenticios a placer, mientras que para el conjunto social tal comportamiento puede ser perjudicial y catalogado como malo.
Este conflicto entre lo bueno-agradable y lo bueno-útil es uno de los más importantes. En Occidente, se trata que lo bueno-agradable se imponga cuando el conflicto con lo bueno-útil no se produzca. En este sentido, la libertad sexual es un ejemplo en el que el enfrentamiento entre ambos conceptos-referentes no se produce.
Lo bueno-agradable es equiparable a la felicidad para la mente infantil, sin embargo, el adulto elabora más la idea de felicidad, asumiendo que lo malo-perjudicial puede ser un mal menor en su economía vital.
En nuestro Occidente hipersocializado el conflicto entre lo bueno-agradable, lo bueno-útil y lo bueno-normativo suele resolverse por el último concepto-referencia, ya que se sobrentiende que guiarse por lo que a uno le apetece es un síntoma de carácter asocial. Los mismos individuos que actúan bajo lo bueno-agradable se sienten culpables de su comportamiento, llegando a admitir que actúan mal según los parámetros sociales de utilidad o de legalidad. Aún así, como señaló Kant, instintivamente el hombre busca la felicidad y nuestra razón, que buscaría el bien útil o lo normativamente aceptado, es seducida por el instinto para que se incline hacia la búsqueda del placer inmediato.
El bien-agradable tiene dos facetas fundamentales que son elegidas según el modelo antropológico de cada cual. Como pensaba Nietzsche, para algunos pocos lo afirmativo, la vida en su salvaje flujo, será lo “bueno” y lo elegible; mientras que otras mentalidades más pasivas optarán por considerar agradable la quietud, la ataraxia y el control. El concepto de agradable se desliza, de este modo, entre la siesta (pasividad) y la orgía (actividad), sin ser incompatibles estos dos extremos es evidente que cada cual siente una mayor o menor atracción por uno de ellos.

El bien y el mal como la útil y lo perjudicial:
Aunque este contexto de referencia para los vocablos bien-mal puede ser confundido con el anterior, ya he mostrado que la diferencia entre lo útil y lo grato es que el primero es un concepto intelectualmente más desarrollado, mientras que lo agradable se situaba casi en lo fisiológico y lo sensual, lo útil precisa de un cálculo, de una aritmética de pros y contras para construirse.
Mientras que lo agradable posee un marcado acento individual, lo bueno-útil tiene una doble dimensión individual y social que están en ocasiones en conflicto. El individuo puede considerar “bueno” aparcar en zona prohibida, mientras que la sociedad evalúa ese acto como malo-perjudicial. Como pasaba con lo bueno-agradable, el individuo suele ser consciente de la parcialidad en la que incurre cuando evalúa como bueno un acto individualmente útil pero socialmente perjudicial. No obstante, esta consciencia de parcialidad no es tan fuerte como cuando tratamos de lo bueno-agradable. Es frecuente que las personas nos decantemos por nuestra propia utilidad y racionalicemos nuestra opción con argumentos del tipo: “¿por qué tengo yo que sacrificarme para que...?”.
Relacionar lo bueno con lo útil es una operación sencilla y que debió de suceder en los albores de la humanidad. Lo bueno-útil, analizado con detenimiento, no es más que la visión a largo plazo de lo bueno-agradable, por lo necesita cierta madurez y reflexión intelectual. Efectivamente, lo útil es aquello que en un plazo de tiempo corto o largo nos proveerá de sensaciones placenteras y gratas. El buen jefe tribal es el que es útil a su tribu y le proporciona caza, protección, guaridas... En las sociedades agrarias con deficit de población tener muchos hijos es bueno; mientras que en las sociedades superpobladas es bueno, precisamente, el control de la natalidad. La calificación de bueno o malo a los anticonceptivos tiene relación, en muchas ocasiones, con las necesidades de incrementar o reducir el número de pobladores en un territorio.
Lo bueno-útil tiende a fosilizarse en normas sociales y así confundirse con lo bueno-normativo, pero tampoco son ideas isimorficas, ya que precisamente la fosilización de lo bueno-útil en normas sociales puede acarrear que las normas reflejen un concepto de utilidad pertinente en una sociedad desaparecida pero no en la actual. Es, por lo tanto, posible que lo bueno-útil social choque con lo bueno-normativo. Los tabúes alimenticios en una sociedad actual podrían tener sentido en un mundo con recursos y situaciones sanitarias diferentes a las de hoy, pero en la actualidad se comprende la inutilidad de la mayoría de estos tabúes.
Vemos que existen tres niveles de referencia para lo bueno y lo malo: lo bueno-agradable, lo bueno-útil individual y lo bueno-útil social. Aunque los dos primeros suelen coincidir, los dos últimos entran en conflicto. Esta conflictividad entre las distintas ideas-referencias para lo bueno y lo malo es lo que potencia que la definición del bien y del mal esté en continua redefinición.

El bien y el mal como lo legal y lo prohibido:
El tabú o la ley como sistema de definición entre lo bueno y lo malo debería surgir casi tan pronto como las sociedades humanas. Aunque es cierto que el niño carece de ello, en sus primeros años de vida, la idea malo-prohibido se implanta muy pronto en su mente, e incluso el niño en la socialización con sus iguales construye lo prohibido y lo legal equiparándolo con lo malo y lo bueno. Un cuarto o un armario, sin nada particular, se transforma, vía este ejercicio en un lugar prohibido, peligroso y, en último término, malo.
Aunque muchos pueblos han vivido constreñidos por corsés normativos que frenaron su evolución e, incluso, lo llevaron a la destrucción, es evidente que la construcción de un marco legal es imprescindible tanto por razones antropológicas como sociales para todo conjunto humano.
El individuo precisa de “las tablas de la ley” para tener un marco de referencia al que aferrarse, saber, más allá de consideraciones subjetivas, donde está el bien y el mal. Es vitalmente inviable estar continuamente decidiendo en donde está lo correcto y lo incorrecto, no es factible que una persona altruista calcule las veinticuatro horas del día qué actos son beneficiosos para el conjunto social y cuales perjudiciales. Esto exigiría una energía y una tensión intelectual enorme. Por lo tanto, necesitamos pautas fijas de conductas para dirimir mecánicamente lo aceptable y lo inaceptable, aunque se admita excepciones a la norma.
La necesidad social de un marco normativo es evidente. Ningún grupo social puede cohesionarse si carece de un conjunto de patrones comunes mediante los que orientar sus actos.
Lo normativo, por lo tanto, suele coincidir con lo útil. Harris evidenciaba en su obra Bueno para comer que ningún tabú culinario era ajeno al entorno material: si la religión musulmana prohíbe el consumo de cerdo es por que este animal necesitaba grandes cantidades de agua para criarse, recursos de los que carecía la zona en donde nació el islam. Si en Europa es repugnante comer insectos y en las selvas del Oriente Asiático no, es porque en Europa el tamaño de los insectos impiden que sean una fuente económica de proteínas, mientras que en las selvas citadas sí lo son.
No obstante lo anterior, no podemos negar que lo bueno-normativo entra, a veces, en conflicto con la bueno-útil social. Muchas personas han muerto de hambre por no romper un tabú alimenticio como el canibalismo.
El conflicto entre lo normativo y la utilidad social es continuo, y hoy en día lo observamos en Europa en los debates sobre la legislación sobre la eutanasia, el aborto, las drogas, etc., lo que viene a mostrar que lo útil social y lo legal no siempre coinciden, aunque la mayoría de las sociedades intenten conjugarlo en lo posible por razones de supervivencia. Cuando lo bueno-normativo cristaliza y se anquilosa despreciando la utilidad social lleva a los grupos humanos a la autodestrucción, la barbarie y el fanatismo. Los regímenes como Corea del Norte y los grupos teocráticos son ejemplo de ello.
Lo bueno-normativo entre en conflicto con lo bueno-útil social pero también con lo bueno-útil personal y lo bueno-agradable. De suyo se entiende que lo bueno-normativo tiene un carácter más social que no puede menos que entrar en conflicto con los otros conceptos-referentes de lo bueno citados que tienen un cariz más individualista.
Pero además, lo bueno-normativo entre en conflicto consigo mismo cuando culturas diferentes entran en contacto. Como lo bueno-normativo se funda en lo bueno-útil social y los contextos culturales difieren entre sí, es inevitable que cuando dos culturas que han construidos sus marcos normativos en contexto de utilidad distintos tendrán marcos normativos distintos. Cuando culturas así entran en contactos, es lógico las diferencias. Además, lo bueno-normativo también se funda en lo irracional, toda vez que satisface una necesidad innata del hombre, la necesidad de seguridad. Lo bueno- normativo se construye creando pautas de coherencia, racionalidad y roles bastante aleatorias, cuyo único fin es constituir un conjunto de conductas ordenadas y previsibles. Normas como que las mujeres vistan con faldas y los hombres no, que no se puede comer carne los viernes o que el alcohol esté prohibido, son normas que si alguna vez tuvieron utilidad social, en la actualidad la han perdido. Estas normas parecen más orientadas a crear roles y orden que a satisfacer una utilidad social real.
Asumiendo que lo bueno-normativo varía de unas culturas a otras y constatando que vivimos en un mundo en donde los flujos de migratorios son más intensos que nunca, cabe plantearse como administrar la conflictividad entre los diferentes marcos normativos. Se han escrito innumerables páginas sobre esta cuestión pero me gustaría esbozar las líneas de posible confluencia que, a mi juicio, podrían existir entre los diferentes modos normativos que están obligados a entenderse en el mundo contemporáneo. Lo fundamental para que este conflicto se desdramatizase, sería subordinar lo bueno-normativo a lo bueno-útil social y evitar, en lo posible, mezclar decisiones del ámbito privado con el público. Ya mostré como lo bueno-normativo hundía sus raíces tanto en lo buen-útil social como en el deseo de crear pautas, roles y un entorno predecible. Este deseo de orden frente al caos es constitutivo del hombre y de los animales, al menos de los más complejos, pero a veces degenera en una pulsión neurótica, esclerotizada e irracional. Evitar que lo bueno-normativo en la sociedad multiculturas beba de esta pulsión de orden degenerada e intentar fundar lo bueno-normativo en la utilidad social, permitiría que la conflictividad intercultural se redujese al máximo. Lo complejo es, obviamente, identificar los rasgos irracionales y socialmente perniciosos de los respectivos marcos normativos.
Otra solución a esta conflictividad es la propuesta por el positivismo jurídico que identifica bueno con legal. Cada individuo tendría que atenerse a los marcos legales de cada país e interiorizarlos como lo realmente bueno. Este relativismo de compartimentos estancos plantea evidentes dilemas en nuestra sociedad: ¿no es legítimo luchar porque las leyes (buenas en sí según el positivismo ético) sean cambiadas? ¿si la ley de un país, los USA de los años 50, es racista, homófoba o sexista, debo obedecerla ya que es lo bueno-legal? Evidentemente, a pocos autores ha seducido la simplicidad del iuspositivismo.

El bien y el mal como lo puro y lo impuro:
Hasta ahora este artículo ha ido presentando los distintos conceptos de bien y mal y sus respectivos contextos de referencia desde una perspectiva bastante racionalista. Hemos analizado las motivaciones más o menos obvias para la construcción del binomio bien-mal. En este último apartado quisiera tratar de como el bien y el mal se construyen también como categorías que nacen en el inconsciente y a través de asociaciones de ideas no lineales; en definitiva, me gustaría constatar que bien y mal son, además de todo lo anterior, categorías simbólicas. Por esta razón he elegido las palabras puro-impuro para denominación este último contexto de uso de las palabras bien y mal; lo puro y lo impuro son las denominaciones más frecuentes que se les da a lo bueno-malo cuando ha sido categorizado simbólicamente.
Todos reconocemos la fuerza de esta categorización toda vez que los adultos solemos educar a los menores con expresiones como “eso es caca” con las que intentamos asociar a lo malo el, lo impuro y lo sucio. Efectivamente, el niño pronto aprende los objetos y acciones impuras y más tarde construye su propio universo simbólico de lo puro e impuro. El niño en sus primeros años desconoce que los excrementos, cucarachas, animales descuartizados, etc. poseen connotaciones negativas. A todos nos extraña como el niño juega o convive con objetos que en nuestro universo simbólico están cargados de negatividad. Esto vendría a mostrar el carácter social de lo bueno-puro. En este apartado habría que incluir valores estéticos que catalogan como bello-bueno unos objetos, rasgos, sonidos, etc. frente a otros dependiendo de consideraciones sociales de naturaleza simbólica.
Si bien es cierto que podríamos achacar ciertas conceptualizaciones de lo impuro a razones higiénicas y, por lo tanto, de utilidad; lo cierto es que no todas las conceptualizaciones podrían ser explicadas así. El tabú sobre los excrementos podría explicarse por motivos de lógica higiene y utilidad social, pero otros tabúes como no mirar a una mujer embarazada o no entrar en determinadas zonas del bosque, son difícilmente explicables a través del agrado o la utilidad social real.
Debemos asumir que como la vida biológica, la vida simbólica sigue sus propios derroteros y dinamismos; es difícilmente predecible y se mueve en todas las direcciones posibles. Frente a la causalidad lineal de la utilidad, el universo simbólico se rige por una linealidad interrumpida, difusa, dialéctica y contradialéctica. Aunque las relaciones entre lo bueno-útil social y lo bueno-puro son evidentes no son suficientes para explicar las conceptualizaciones simbólicas de lo bueno y lo malo. Escapa de mi propósito explicar exhaustivamente como se construyen los conceptos de lo puro y lo impuro o de lo bello y lo feo, aunque el binomio puro-impuro suele tener paralelismos con otras dualidades como: humano-inhumano; yo-el otro; definido-indefinido; cotidiano-extraño; luz-obscuridad; etc.
Lo bueno-puro rara vez entra en conflicto con lo bueno-legal ya que ambas conceptualizaciones tienen un marcado tinte social y conservador. Lo legal de un pueblo además de recoger lo socialmente útil de una colectividad suele recoger los conceptos de puro-impuro prohibiendo lo tabuado y encomiando explicita o implícitamente lo considerado puro. En algunos pueblos aborígenes lo prohibido y lo impuro simplemente coinciden sin casi distinción.
Lo bueno-puro sí suele entrar en conflicto con lo bueno-útil en sus dos acepciones o con lo bueno-agradable. Muchos tabúes sexuales son difíciles de cumplir por lo apetecible del acto; otros tabúes alimenticios que podrían haber tenido utilidad en otras épocas suponen un lastre para la pervivencia de algunos colectivos sociales. Ya vimos como este nivel de definición de lo bueno-malo genera conflictos interculturales de difícil resolución ya que se fundamenta en categorías simbólicas no compartidas por todas las culturas y no en motivaciones más o menos comunes a todas las sociedades y las personas como, por ejemplo, la utilidad social.

Conclusiones:
He intentado mostrar en este artículo los diferentes contextos de referencia de las palabras bueno-malo. Aunque los cuatro contextos se interrelacionan entre sí con desigual intensidad, es evidente, según el análisis, que son cuatro niveles irreductibles entre sí.
Bien y mal no solo dependen del individuo o la cultura que los enuncie sino que dependen, en mayor medida, del contexto al que haga referencia el discurso valorativo.
En la definición del binomio bien-mal no entra solo el conflicto sociedad-individuo o el conflicto intercultural sino la confusión entre los diferentes contextos de referencia. Para un mismo individuo, un acto se puede representar como bueno o como malo según se atenga a un marco de referencia u otro.
La voluntad de encontrar un marco de referencia universal es loable pero debe de ser consciente de que nunca alcanzará su objetivo plenamente. Quizás en el ámbito de la utilidad-social puedan encontrarse líneas de confluencias entre unas culturas y otras, pero el carácter inalienable que en algunas sociedades tiene el individuo, el carácter de creador de pautas del discurso ético y el fuerte referente simbólico de los conceptos valorativos, hacen imposible, y probablemente indeseable, una conceptualización definitiva y de carácter universal de los conceptos bien y mal.


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